domingo, 23 de diciembre de 2012

explotación de animales






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  • http://www.greenpeace.org/espana/es/
Matar, desposeer y quitar la vida a los animales es un tremendo negocio. Muchas personas están convencidas de que la matanza de animales es un hecho imposible de evitar. Piensan así por hábito y por tradición. Han sido condicionados a aceptar que los animales de las granjas se crían con diversas atenciones, van a los mataderos con resignación y son convertidos al final en filetes sin soltar un gemido o, a lo sumo, unos pocos.
La explotación y asesinato de animales es un negocio sobrecogedor. Todo  es repulsivo, macabro y horrendo. Muchos creen que los animales han sido creados para la matanza y el alimento del ser humano. Son varias las razones por las que una persona puede pensar esto, pero ésta debería dar un pasito hacia atrás Y ver lo que en realidad está sucediendo cuando ingiere animales.
Los negocios ganaderos tienen un único objetivo, el máximo beneficio con los mínimos gastos. Ninguna moral acompaña a sus actos. La armonía con la tierra, el equilibrio ecológico y el amor por la Tierra y sus criaturas no cuentan para nada: no dan ganancias. Las “granjas-fábrica” exigen cada día mayor rapidez, animales más voluminosos, menor coste de alimentación por cabeza de ganado y mayores beneficios. Los animales, para los negociantes ganaderos, no son más que números y dinero.
El transporte también es una experiencia terrible. Para el transportista de animales el tiempo es dinero. Ya no sorprende a nadie que en los días de calor sofocante o de temperaturas bajo cero mueran algunos animales. Otros mueren de miedo. Los animales contraen la “fiebre del transporte”, un tipo de pulmonía que mata al  uno por ciento de ellos. Algunos animales llegan con los pulmones destrozados y con otras heridas debidas al traslado y poco espacio de que disponen. Las heridas y muertes disminuyen los beneficios, pero aún así, muchos ganaderos prefieren meter más animales por camión si les sale más a cuenta. Cuando acaba el transporte comienza la angustia y el estrés. Los animales transportados a naves de engorde, confusos y amedrentados por el trato recibido y el primer cambio de hábitat, tienen que atravesar pasillos en los que son rociados de insecticidas, para ser posteriormente castrados, descuernados, marcados e inyectados con diferentes productos químicos.
 El sacrificio:
Quienes tengan dificultades para hacerse idea de la vida en una granja/fábrica pueden compararlo con la situación que vivirían los animales caseros. Imaginemos cinco perros metidos en una pequeña jaula, incapaces de moverse. Sin dientes para que no se muerdan entre ellos y en carne viva por el roce de su piel con los barrotes metálicos. Imaginemos 10 o 50.000 aprisionados durante un año o más. Perros en cajas apiladas unas sobre otras. Imaginemos el olor y el ruido… Muchos enfermos y con heridas, ladrando su agonía ante humanos insensibles.
Los perros, gatos y caballos pueden estar protegidos por las leyes de estas brutalidades. Pero no hay compasión para los animales destinados a la carne. Las barbaries de la ganadería intensiva son aceptadas e incluso deseadas, ya que mantiene bajos los precios. Irónicamente, el producto de tantas vidas atormentadas es comido a diario por personas que enrojecerían de ira si vieran al perro del vecino atado durante mucho tiempo o a una pandilla de niños torturando a un gato. Pero, el occidental medio sólo se acerca a los animales de las granjas cuando se los come y lo hace creyendo que éstos tienen una vida y una muerte “humanitaria”.





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